
Hace unos cuantos años, bastantes ya, todo aquel que desee publicar un libro que haya escrito lo tiene muy fácil. Basta con abrirse una cuenta en Amazon KDP, subir tu manuscrito (bueno, hoy ya debería llamarse mecanoscrito) y seguir los pasos que el gigante americano te explica detalladamente. Parece sencillo, ¿verdad? En realidad, lo es (lo difícil era escribir el libro, corregirlo, maquetarlo y hacer o buscar o encargar una portada). Pero la cosa se complica cuando, una vez subido el libro a Amazon, tienes que venderlo. Aquí empieza la odisea del autopublicado, que más que un retorno a Ítaca, parece un descenso al inframundo en busca de nuestra Eurídice (o sea, lectores).
La primera obra del autopublicado siempre tiene una acogida relativamente cálida. Gran parte del círculo social cercano al autor lo verá con interés. “Anda, mi hijo (o hermano, novio, colega, compañero de piso, camello o crush) ha publicado un libro”. Te van a pedir ejemplares y pensarás que su salida al mercado ha ido bien. Estarás una o dos semanas empaquetando, entregando y también enviando (tu cara será conocida en la oficina de correos de tu barrio). Vas incluso a ganar dinero, ya que Amazon te deja las copias de autor a precio de impresión y todos te pagarán el precio que pongas, a no ser que sucumbas a la codicia y te pases con el PVP. Serás feliz. Y entonces, pasada esta primera etapa, te darás cuenta de que todo fue un espejismo.
Las ventas en Amazon no llegan, o llegan muy a cuentagotas. Tus redes sociales no crecen y tienes menos likes que tu primo, el quinqui del barrio. Empiezas a frustrarte un poco: si la cosa iba bien, ¿por qué se ha torcido? Bueno, es que no se ha torcido lo que nunca se había enderezado. Al acabar con tu nicho de familiares y amigos, empieza tu auténtico viaje. Todo eso eran los ánimos de quienes se quedan en la Comarca mientras tú partes hacia Mordor en un viaje lleno de dificultades. Y, cuando llevas varios meses, empiezas a comprender que publicar un libro, hoy en día, es facilísimo, pero venderlo es muy difícil.
¿Te has deprimido leyendo esto? Supongo que cae dentro no sólo de lo posible, sino también de lo probable. Pero si esto te ha desanimado a autopublicar, o si ya has autopublicado y estás desanimado porque te ha sucedido todo lo relatado, tengo un mensaje para ti: deja ya de llorar. Hace veinte años era imposible para un don nadie como tú y como yo publicar un libro físico y, de conseguir hacerlo, su distribución era prácticamente inviable. Hoy podemos publicarlo sin coste alguno y, encima, tenerlo en el catálogo de la web comercial más grande del mundo. Repito: deja de llorar y de maldecir ese mundo que no apoya tu obra. Nadie te debe nada y tu obra no merece el apoyo incondicional de nadie. Eso se gana. En eso consiste la odisea del autopublicado y es un camino duro, sí, pero también apasionante.
El autopublicado requiere de un crecimiento de sus redes sociales, así que se abre un Instagram, que será su base de operaciones, su Barad-Dûr desde donde se lanzará a la conquista del mercado lector. Se hará una página de Facebook, donde publicará promos que compartirá en los cincuenta y dos grupos de su nicho literario en los que se ha metido, algunos con más de quince mil usuarios (de los cuales catorce mil novecientos noventa y siete nunca entran). Se hará una cuenta de X, la cual irá dejando de lado por las limitaciones de palabras (cómo va un escritor a escribir poco) y porque su post más reaccionado tendrá tres likes y una republicación (la de su amigo escritor -gracias, Miguel Ángel-). También se abrirá un Tik Tok, aunque no entienda cómo funciona y acabe harto de que le silencien los vídeos por derechos de autor en las canciones. Como yo, tendrá una cuenta en Threads, donde podrá optar por entrar al trapo de temas o discusiones, reproches, polémicas y demás estulticias que no llevan a ninguna parte (que si usas IA mereces el mismo fin que Luis XVI, que si el dark romance es moralmente cuestionable, que si es imposible que una bookstagramer lea veintitrés libros a la semana, que si la falta de representación en tal o cual género, que si ese escritor clásico era mala persona, que si has herido la sensibilidad de no sé quién…) o puede optar por no meterse en esos berenjenales. Personalmente, el que esto escribe ha optado por lo segundo (con alguna ocasional participación, unas veces de corazón y otras para tocar un poco las narices, todo sea dicho).
Esto es tal vez lo más pesado de la odisea del autopublicado. Lo demás es lo mejor de todo. Conoces a muchos escritores en tu misma situación con quienes compartes experiencias, intercambias libros e incluso trabas sincera amistad. Conoces libros autopublicados buenísimos que te sorprenden y te das cuenta de que en tu trinchera hay gente con la misma calidad que muchos autores publicados por editoriales. También conoces autores que son más grandes, que publican en grandes editoriales y venden mucho, pero que no se olvidan que una vez estuvieron abajo y te echan un cable, lo cual es de agradecer enormemente (gracias, Roberto). Pero, claro, con todo eso tus ventas tampoco van a expandirse cual Imperio comercial. Debes hacer mucha promoción vía redes sociales, incluso en la calle (dar octavillas, colgar carteles, etc) y librerías (hacer presentaciones o intentar colar ejemplares). No obstante, la auténtica arena de combate no está en Internet ni en las librerías, sino en las ferias literarias. Y ahí tienes que ser un auténtico hoplita.
En efecto, las ferias es donde el autor autopublicado tiene una mesa en la que expone su obra y puede hablar libremente con los transeúntes. Y eso, amigos míos, es la gran batalla de la odisea del autopublicado. Evidentemente tú, como yo, eres un don nadie y, como tal, muy poca gente se va a parar ante tu mesa. Se parará tu madre, tu primo y tu colega. La mayoría de gente pasará de largo sin siquiera percatarse de tu existencia (y con razón, porque no eres especial). Por eso hay muchos autopublicados que se frustran en esas ferias. Y es una lástima. Cuando te despejas, aceptas que eres un anónimo y nadie te debe nada, decides levantarte y empezar a vender. La cosa es dura y acabas la jornada reventado, pero si lo has hecho bien, habrás vendido varios libros. Servidor ha vendido ocho en algunas ocasiones y entre dieciséis y veinte en otras. También hay eventos en los que vas a vender muy pocos, claro. Pero oye, la de gente que vas a conocer, una parte de la cual va a volver a visitarte en otras ferias; las charlas y risas; las fotos; las migas con otros escritores… Todo en las ferias es magnífico, incluso aunque hayas vendido poco. No hablemos ya de cuando te llega un email, o mensaje privado, o alguien se acerca a tu mesa y te dice: “me encantó tu libro”. Y no sabéis lo que eso ayuda a seguir adelante.
Y así pasará un año… y otro… y otro… y a seguir. Publicarás varios libros y probablemente no vas a estar nunca en una presentación junto a Stephen King ni tampoco serás una leyenda como Lovecraft cuando mueras. Pero da gracias a que has podido vivir algo que, dos décadas atrás, era sólo un sueño. Así que, lo dicho. Deja de llorar y escribe. Promociona. Publicita. Acude a ferias. Métete donde puedas, aunque no sea tu nicho. Nunca se sabe qué te vas a encontrar o a quién vas a conocer.
No sería de recibo terminar este breve, tosco y sin duda totalmente subjetivo ensayo sin mencionar a grandes autores autopublicados (sea enteramente o sea una parte de su obra, estando la otra publicada en pequeñas editoriales). Os recomiendo encarecidamente los libros del bardo oscuro Manuel Guardia (fantasía oscura), el tronchante Miguel Ángel Parra (humor y ciencia ficción), la tétrica Ana Montoya (terror sobrenatural), la épica Rocío Cervera (fantasía), el misterioso Martín Moreno (terror y sci-fi), el poeta Javier Croses (poesía intimista y melancólica), la loca Katherine Vega (muy polifacética; yo os recomiendo su serie American Killers), el oscuro Julio Puyo (realismo sucio), el maestro narrador Fran Moreno (horror), el nostálgico A. N. Berth (terror juvenil al más puro estilo R.L. Stine), el polémico Manuel Gris (escribe manuelgrisismo) el increíble Arturo Panero (terror), el pulpero Iván Guevara (ciencia ficción), el también pulpero Juan Carlos Fernández (también ciencia ficción)... y perdonad a los que me dejo pero sabéis que os leo y me gustáis (me refiero a vuestros libros, malpensados).
Y, por supuesto, quiero terminar esta paliza que espero que hayáis aguantado con estoicismo con mi más sincero agradecimiento a todos aquellos que habéis dedicado vuestro tiempo a leerme.
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